lunes, 19 de octubre de 2015

Ojos como platos

   La sala está oscura. El escenario se ilumina y dos mujeres con pájaros en la cabeza cantan, hacen diversos ruidos, enseñan y mueven objetos... música, sonidos, luces... 
   Estamos en el teatro y en media hora unos grandes ojos, abiertos como platos, no dejan de observarlo todo. Sólo tienen un año pero su mirada de asombro absorbiéndolo todo nos dice que el espectáculo no es aburrido, que sienten curiosidad por todo lo que les rodea y que nacen a la vida con cada hecho cotidiano que experimentan. 
   Acaba la función y, gateando, saltan al escenario a tocarlo todo. El afán por conocer lo invade todo. 

Inteligencia animal.

   Era la atracción del jardín para mis dos amigas peludas. Sabía que vivía cerca de la morera y no me parecía mal, siempre y cuando no entrara en la casa. Territorio limpio y seguro. Pero aquella tarde, después del paseo no sé qué pasó. No se escondió a tiempo, se sintió acorralado... El caso es que, emocionadas, las perras me marcaban lo que habían encontrado. No cazado. Pues no vi que hubieran perseguido nada. 
   Allí estaba. Gris, suave, palpitante, con una cola muy larga. Hacía un ruido agudo que luego cesó. Querían jugar con el (o ella, pues era bastante grande). Tenía que hacer algo y lo hice, pues no quería ver sus restos desperdigados por ahí ni en las fauces de mis dos besuconas mascotas. El recogedor y la escoba me ayudaron a transportarlo al descampado de enfrente.
   Sin embargo, todo había sido sospechosamente demasiado fácil. Cuando luego salí a dar el paseo habitual ya no estaba allí. La inteligencia hecha ratón se había ido.

Quien da más no es el que más tiene.

   8:00 de la tarde. Últimas obligaciones del día: paseo con las perras, sacar la basura y compras de última hora en el súper... 
   Hace una noche agradable. La lluvia de ayer parece que lo ha limpiado todo. Hay una temperatura agradable para pasear. Primera parada: contenedores. Segunda parada: supermercado. 
   Hay gente en las terrazas que conversa disfrutando de la tranquilidad de la tarde-noche. Ya ha oscurecido. Se nota que ya no es verano. Bordeamos el centro comercial. Muchos locales ya han echado el cierre: la tienda de ropa, la peluquería, la tienda de informática... 
   Un anciano y una anciana están al lado de unos contenedores hurgando en unas cajas de cartón. Saludan a las perras. "¿Tú seguro que quieres un poco?" Saca algo de la caja. Me quedo perpleja. Pechugas de pollo y lomo adobado. No sé si dije gracias, sumida como me quedé en un mar de pensamientos. Lo que no tenía claro si sería apto para comer un animal lo estaba aprovechando un ser humano. "No lo tires"-me dijo. "Cómo lo voy a tirar... la comida no se tira".