lunes, 19 de octubre de 2015

Inteligencia animal.

   Era la atracción del jardín para mis dos amigas peludas. Sabía que vivía cerca de la morera y no me parecía mal, siempre y cuando no entrara en la casa. Territorio limpio y seguro. Pero aquella tarde, después del paseo no sé qué pasó. No se escondió a tiempo, se sintió acorralado... El caso es que, emocionadas, las perras me marcaban lo que habían encontrado. No cazado. Pues no vi que hubieran perseguido nada. 
   Allí estaba. Gris, suave, palpitante, con una cola muy larga. Hacía un ruido agudo que luego cesó. Querían jugar con el (o ella, pues era bastante grande). Tenía que hacer algo y lo hice, pues no quería ver sus restos desperdigados por ahí ni en las fauces de mis dos besuconas mascotas. El recogedor y la escoba me ayudaron a transportarlo al descampado de enfrente.
   Sin embargo, todo había sido sospechosamente demasiado fácil. Cuando luego salí a dar el paseo habitual ya no estaba allí. La inteligencia hecha ratón se había ido.

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